Sam Ballard, hoy con 28 años y tetrapléjico, era un prometedor jugador de rugby australiano a sus 19 años. Su vida cambió drásticamente durante una fiesta con amigos, en la cual aceptó un desafío arriesgado e imprudente.
El reto que Sam perdió durante la celebración consistía en comer una babosa de jardín, algo desagradable pero también extremadamente peligroso.
Las ratas suelen portar parásitos dañinos, como el Angiostrongylus cantonensis, que se transmiten a caracoles y babosas al ingerir los excrementos de estos roedores. Sam, ignorante de este hecho, ingirió una enfermedad devastadora al comer la babosa.
Como resultado, Sam sufrió meningoencefalitis eosinofílica y cayó en coma durante 420 días. Fue dado de alta del hospital en silla de ruedas tres años después, sin control sobre su propio cuerpo.
El daño es irreversible: Sam nunca podrá dejar su silla de ruedas y depende casi totalmente de ayuda externa. Debe ser alimentado por sonda y vigilado constantemente, ya que sufre convulsiones y no puede regular su temperatura corporal.
Esta desgarradora situación no solo ha afectado a Sam, sino también a su familia en términos emocionales y económicos. El cuidado continuo de Sam es costoso y ha generado una gran carga financiera.
En 2016, la madre de Sam, Kate Ballard, solicitó un seguro de discapacidad al gobierno australiano, obteniendo inicialmente una suma de 492,000 dólares. Sin embargo, en 2017, la institución encargada notificó que, tras revisar el caso, reducirían la ayuda a 135,000 dólares, lo que agravó aún más la situación económica de la familia, que ya enfrentaba deudas.
Hoy en día, la madre de Sam lucha por encontrar recursos de cualquier forma posible para seguir apoyando a su hijo en esta desafortunada historia.